A diferencia del contrato de representación teatral, la simple autorización a representar una obra concede a un empresario el permiso para que pueda proceder a una comunicación pública de su obra, sin obligarse a efectuarla.
En particular, el sujeto autorizado no asume ninguna de las obligaciones previstas para el cesionario del derecho de representación; no está obligado a ejercer el derecho para cuyo ejercicio ha sido autorizado sino que, por el contrario, adquiere únicamente un título habilitante para el ejercicio del mismo. Un ejemplo clásico es una compañía amateur que solicita la autorización para representar o ejecutar una obra y que, por falta de recursos, no puede llevar a cabo las representaciones.